Cómo implicar a todo un pueblo

 en la recuperación del juego de bolos

Comprar una buena bola para jugar a los bolos no es tan sencillo como comprar una raqueta de tenis, un balón de fútbol o un palo de golf.  Si alguna vez lo habéis intentado, os habréis dado cuenta de que es complicado porque hay que "saber" de maderas: tipos, conservación... Es un obstáculo difícil de sortear salvo para unos pocos entendidos.

Si queremos recuperar la ilusión por jugar a los bolos de las personas que no tiene bolas propias —la mayoría—, en primer lugar deberíamos adquirir bien asesorados, unas bolas colectivas de calidad, sin necesidad de estar a expensas de las bolas privadas que eventualmente nos puedan dejar en alguna que otra ocasión. Quizá las autoridades del pueblo decidan comprar los materiales o, tal vez, estén a la espera de  una subvención que no siempre llega. En mi opinión, lo mejor es no dañar las arcas municipales, actuar con presteza e implicar al mayor número de personas. No necesitas reclamar a nadie que tome esa iniciativa: tú mismo puedes tomarla. Un ejemplo lo tenéis en Quintanilla del Rebollar. En este pequeño pueblo de la Merindad de Sotoscueva, numerosos veraneantes y residentes colaboraron para comprar bolos y bolas, después de que colocara cuatro sencillos carteles por todo el pueblo, con este texto:


Proyecto de compra de bolas y bolos comunitarios.

¿Te gusta jugar a los bolos? 

¿Tienes hijos que juegan a los bolos?

¿No puedes jugar, pero te gusta verlo y quieres contribuir a recuperar nuestro juego ancestral?

Si tú respuesta es afirmativa, ¡colabora! Necesitamos que cada una de las personas que lea y comparta el espíritu de estas líneas aporte 4 euros (no se admiten cantidades superiores)  para comprar bolas y bolos para todo el pueblo.

Las bolas serán de nogal y de diferentes tamaños para que puedan jugar hombres y mujeres de todas las edades, desde un niño de seis años hasta una persona de ochenta años.

Se ejercerá una administración austera y se darán cuentas detalladas.


La gente del pueblo, al ver que era una cantidad razonable y equitativa, respondió favorablemente. Hubo incluso numerosas personas que les hubiera gustado participar, pero que no pudieron hacerlo por no encontrarse en esos momentos en el pueblo; aún así y a pesar de los más escépticos, noventa y ocho personas colaboraron entre niños, mujeres y hombres. Se elaboró una lista pública y con el dinero recaudado se compraron un total de trece bolas —doce eran de nogal y una de acirón— un mico de encina y veinticuatro bolos livianos, de fresno (estos últimos para los chavales).  Tuvimos suerte porque se pudo conseguir un excelente precio gracias a la cantidad adquirida y al agradecimiento del artesano hacedor de bolas, por haberle  editado este vídeo con miles de visitas.

De la misma manera que se habían puesto carteles para demandar la colaboración, se volvieron a poner carteles, pero en esta ocasión para dar una detallada y minuciosa explicación de cómo y en qué se había gastado el dinero. 

Como todos comprenderéis, lo fácil es pagar la exigua cantidad y desentenderse, pero a poco que reflexionéis, os daréis cuenta de que no basta. Y por lo tanto, se debe crear la conciencia de que todas las personas son responsables, primero de conservar en buen estado y luego de restaurar, si fuere necesario, las bolas. Unas sencillas normas, que todo el mundo lea, deben ser más que suficientes para que se cuide, lo comunalmente adquirido, como si fuera privativo de cada uno. En el futuro se podrán conseguir bolas de materiales duraderos que imiten la sensación que produce la madera, pero hoy por hoy las bolas, inevitablemente, se deterioran  y necesitan un mantenimiento periódico (lijar y proteger con lasur, reparación con cola y serrín, ensamblaje con tarugos de las bolas rotas, etc.) que no se debe obviar.

Un cursillo de aprendizaje, un campeonato para financiar el mínimo coste de las reparaciones... son opciones sencillas y necesarias que darán continuidad a un proyecto que debe estar siempre abierto para no morir.  

Asimismo, el juegabolos debe estar arreglado para evitar que se dañen las bolas . Es muy importante, por ejemplo, que una vez finalizado el juego, estas se guarden en un lugar adecuado. Las corrientes no son buenas pero tampoco la falta de una mínima ventilación, ni los contrastes excesivos de temperatura, que hacen sufrir a la madera.

El sentido común os guiará sobre qué tamaño de bolas comprar. El tamaño máximo permitido actualmente en las competiciones federadas es de 28 cm de diámetro, un tamaño a todas luces excesivo porque nos da ventaja a una minoría de jugadores (una de las razones del declive de este juego). Por ello, os recomendaría la lectura atenta de este artículo que reflexiona sobre el tamaño y peso de las bolas para que consideréis si sus argumentos os parecen razonables o no. 

Por último, debéis ofrecer todas las posibilidades para poder jugar con suma facilidad porque si no lo hacéis, estaréis convirtiendo en privado un proyecto público sin daros cuenta. Lo adquirido debe ser para jugar a los bolos y no  para conservarlo  a toda costa, porque para eso ya están los museos. Cuanto más se juegue, mejor; y será gratificante porque se estará recuperando la afición: el verdadero objetivo que nos debe mover.


Óscar Ruiz, abril 2014.