Relatos literarios sobre los juegos bolos en las Merindades (Burgos)

A pasabolo

En mi pueblo hay muy pocas diversiones. Pero hay una que nos satisface a todos los mozos. El PASABOLO. Y estamos muy orgullosos de que en el pueblo exista un juego de bolos de tres calles y, además, es el único cubierto del contorno. Nadie podría asegurar si somos buenos jugadores por poder disponer de este recinto, o si creamos el recinto por nuestra afición a los bolos. Tres troncos, de roble sano y seco, de cinco metros de longitud y palmo y medio de anchura, labrados a mano con hacha y afinados con azuela, enterrados a lo largo, paralelos entre sí, con una cara lisa y bien labrada, asoman de la tierra y acogen los cases en que se plantan los bolos, tres por cada tablón.

Bolas de madera de roble bien curado. Macizas y pesadas. Hay varias formas de juego, pero todas ellas consisten en lo mismo: derribar el mayor número posible de bolos. Las dos formas más corrientes de juego son la partida y el pasabolo. La partida es el juego más tradicional. Se juega utilizando las tres calles, nueve bolos y el cuatro, que es un bolo diferente de los demás, más corto y panzudo, que se puede colocar en cualquier lugar del tercio superior de la cancha. Vale por cuatro y se puede derribar con la bola o con cualquiera otro bolo que aquélla arrastre. Se juega entre dos equipos de tres o cuatro jugadores cada uno.

El otro juego es el pasabolo. Y este sí que lo reúne todo. Fuerza, habilidad, sentido y cálculo. Porque no es suficiente con tumbar los bolos, ya que solo tienen validez los que pasen de una distancia que se fija de antemano. Y, así como en la partida una mala tirada se puede arreglar con un golpe de suerte subiendo un cuatro o derribando bolos de otras calles, en el pasabolo una buena tirada se puede estropear con una bola blanca. Martín y Julián son los mejores jugadores de pasabolo. Ellos son de la misma quinta y, aunque amigos de verdad, rivalizan en todo. Compiten en las labores del campo para terminar cada tarea uno antes que el otro. Compiten en el juego de bolos y compiten por el amor de la niña Paula.

Paula es la hija del presidente del Concejo y es la moza más hermosa del valle. Ella sabe que ha despertado el interés de los dos mozos y se deja querer. No se decide por ninguno y les da esperanzas a los dos. Este año ambos han terminado de recoger la hierba el mismo día. Al pasar por delante de la casa de Paula los dos han detenido el carro y han colgado su ramo en el balcón de la niña. Y ella no ha retirado ninguno de los dos, manteniendo la ilusión de los dos rivales.

En mi pueblo los hombres se reúnen en la taberna de la tía Librada. Al caer la tarde, cuando han rematado sus labores y dejado la cuadra como un jaspe, acuden a la taberna para fantasear y cambiar impresiones. Incluso Blasote, que no bebe porque se lo ha quitado el médico, que le dijo que ya ha sobrepasado el cupo de vino que Dios le había concedido, viene a la taberna para charlar con los vecinos. En los últimos días de agosto hay mucho de qué tratar entre los hombres. Se acerca el día de la Fiesta Mayor y aún están sin concretar los últimos detalles del festejo. Aún faltan por establecer los premios del concurso de bolos, la actividad festiva que reúne la mayor cantidad de público y la expectación más apasionada. Y es entonces cuando, a Julián y a Martín se les ponen tiesas las orejas. Ya no se habla de reales o de pesetas, ya se habla de premios en duros. Y se está barajando un único premio de cien duros para el ganador. Entonces, Blasote, desde su rincón y mirando de reojo a los dos mozos, se dirige a Juan, el presidente.

—Pues que digo yo, que el pueblo se podría ahorrar esos dineros, por que como todos los años el concurso se lo van a jugar entre dos mozos de este pueblo. Y si los dos están a ello se puede poner como premio a la tu niña, la Paula. Y esos cien duros guardarlos para otra cosa, que buena falta que le hacen al pueblo.

—Por mí, hecho, —se apresura a contestar Julián.

—Y para mí, también vale. Y ya puedes ir hablando con don Amador p’a que nos lea, que para los Santos, boda, —le contesta Martín poniéndose algo colorado.

—Parad el carro, que hay cosas que no habéis tenido en cuenta. Primero que no sé si la niña estará de acuerdo en que se le ponga como premio, que ya no estamos en el tiempo de los señores, y las mujeres tienen derechos, —dice el padre de la niña. Y segundo que, a lo peor, el concurso lo gana un forastero y no está de acuerdo con el premio. Así que, se mantiene el premio de cien duros.

—Pues yo voy a ello. Si gano el concurso, me quedo con la Paula.

—Pues yo digo lo mismo. Si gano, el premio será solo tu hija.

Y así llega el día de la Fiesta. Desde las doce de la noche las campanas de la Iglesia no cesan de redoblar. La Procesión alrededor del pueblo y la solemne Misa Mayor no hacen olvidar el concurso de bolos. A las tres de la tarde comienza el campeonato. Se juega a pasabolo y la raya de pasa se pone a quince pasos. Blasote y Joserín van de jueces y comienzan las tiradas. Dos bolas para cada jugador hacen cuatro bolas tiradas y se pasa con seis bolos. Y cada eliminatoria se va aumentando un bolo y un paso, así hasta llegar a los 20 pasos y los 12 bolos. Así es el reglamento y así se les explica a todos los jugadores.

En la primera mano quedan fuera nueve y se aumenta a siete bolos y 16 pasos. Se van eliminando jugadores y los alrededores del juegobolos se van llenando de gente. Están a 18 pasos y nueve bolos cuando se oye un murmullo y la gente se separa, haciendo camino. En primera fila hace su aparición Paula. Rubia, alta, preciosa con su vestido nuevo y la dorada melena suelta, meciéndose como el trigo al impulso de la brisa de agosto. Sus ojos azules, líquidos, profundos se deslizan por los rostros de los participantes. Aún quedan siete en la competición. Una gran sonrisa le ilumina el rostro, con los pómulos ligeramente coloreados por el juvenil rubor. Se apoya contra el muro y del interior de su escote, junto al corazón, saca un delicado pañuelo de encaje, lo coloca sobre el muro y lo sujeta con una piedrecilla. Se da la vuelta y desaparece entre la gente en medio de un silencio total. Nadie duda que la niña Paula está de acuerdo con el desafío y se ofrece como premio al ganador.

Cuando se llega al tope de 20 pasos de pasa y los doce bolos solo quedan tres jugadores. Julián, Martín y un forastero. Inicia el turno Julián. Toma la bola más grande y más pesada, asienta el pie derecho sobre la muesca, sube la bola hasta la altura de la nariz, la sostiene delicadamente con los dedos extendidos de la mano izquierda, la bambolea hacia atrás, alcanzando la máxima extensión de su brazo y, cuando el pie izquierdo, que se adelanta, se clava en la tierra, el brazo derecho se lanza hacia delante como un látigo y la mano suelta la bola que sale disparada como un obús. Triscan los bolos cuando la bola los alcanza, y salen despedidos hasta alcanzar la pared opuesta, donde restallan con fuerza. Toma la segunda bola y repite mecánicamente los mismos gestos. Los ojos del público siguen con detalle los movimientos.

—Seis bolos para arriba, —dicta Blasote, mientras Joserín va plantando los bolos—. Seis bolos para abajo, y van los doce.

Le corresponde la tirada al forastero.

—Seis bolos para arriba.

Vuelve a colocar su pie sobre la muesca y la primera bola arrastra con facilidad los tres bolos contra la pared. Se asienta firmemente para lanzar la segunda bola. Los movimientos son mecánicos, justos. Pero los dedos se sueltan una centésima de segundo antes de lo preciso y sale de su mano unos milímetros antes de que el brazo derecho alcance su máxima extensión y, con un golpe seco, se estrella contra la punta del tablón saliendo despedida hacia lo alto.

—¡Bola morra y pasa blanca! ¡Nueve bolos! ¡Eliminado!, —grita Blasote con voz satisfecha.

Ahora le toca tirar a Martín. También elige las dos bolas más grandes, las sopesa y las separa de las demás. Las levanta y las acaricia con la palma de su mano izquierda. Las lanza con determinación y precisión al culo del primer bolo del tablón.

—Seis bolos para arriba. Seis bolos para abajo, y van doce.

Las tres tiradas siguientes siguen sin decidir un vencedor. Ya hace un buen rato que suena, animada, la orquestina en la plaza cuando Julián se encamina hasta las bolas.

—Seis bolos para arriba —truena la voz de Blasote.

La primera bola que lanza hacia abajo hace restallar los bolos en el fondo del juego. Dispara la segunda y en el momento de salir de su mano, —¡Mierda! —grita Julián y la bola golpea en el centro del primer bolo que queda aplastado sobre el tablón y tan solo los dos últimos salen disparados hacia la pared. Un murmullo de decepción corre entre los mirones.

—¡Cinco bolos para abajo y hacen once!

Es ahora Martín quien sopesa las bolas y los bolos truenan de nuevo contra la pared.

—¡Seis para arriba!

La tercera bola se aplasta en el culo del primer bolo del tablón, machacando los tres sobre las piedras del muro. La seguridad se adivina en sus ojos. Todos sus movimientos están llenos de confianza en sí mismo. La bola impacta con fuerza en el culo del primer bolo e, inexplicablemente, rebota y sale lanzada por encima de los otros dos. La sorpresa se refleja en el rostro de Martín y, sin pensarlo, tiende la mano abierta hacia Julián. Ni siquiera Blasote se atreve a cantar los bolos, ni el nombre del ganador del concurso. Julián no hace ademán de acercarse para recoger el trofeo oficial que le ofrecen, sino que toma con cuidado, el pañuelo abandonado por Paula, lo levanta con reverencia, lo acerca a sus labios y le estampa un sonoro beso entre los aplausos del público. Con el pañuelo en la mano y seguido por la gente que ha estado contemplando su triunfo, sube las escaleras de la plaza.

Allí está Paula bailando en brazos de un desconocido veraneante. Julián se acerca a ellos y toca con reverencia sobre el hombro de la niña Paula.

—Que he sido yo el que ha ganado el concurso.

—Me parece muy bien. Y yo te felicito —dice la niña sin soltar los brazos de su acompañante.

—Pero, tú eres mi premio.

—¿Tu premio? Creo que estás equivocado. A mí nadie me ha puesto en juego, ni he sido jamás, ni nunca seré un premio para nadie.

—Pero, tú has dejado tu pañuelo en prenda, en la pared del juegobolos.

—Claro, para que el ganador, fuera quien fuera de los dos, pudiera secarse las lágrimas con él. Porque será la última persona a quien yo preste atención en esta vida.

Y Paula se aleja de Julián, hacia el centro de la plaza, bailando abrazada a su joven acompañante.


José Luis Abad Peña.

Quintanaentello (Valle de Valdebezana), 2013.